En las planicies soleadas de Coahuila, donde los nopales se estiran como brazos verdes y el viento huele a tierra seca, vivía una pequeña víbora de cascabel llamada Rita.
Rita adoraba asolearse en las piedras por las mañanas, pero últimamente, algo no andaba bien.
—¡Ay caray! —dijo un día, dando un brinquito—. ¡Esta piedra está más caliente que sartén con tortillas!
Confundida y algo preocupada, fue a buscar al oso negro, don Braulio, que vivía en las partes altas de la sierra, donde siempre hacía un poco más de fresco.
—Don Braulio —dijo Rita arrastrando la ese—, ¿usted también siente este calor
raro?
El oso, grande y peludo, suspiró mientras se abanicaba con una hoja de maguey.
—Claro que sí, Rita. Ya ni en las cuevas se puede dormir a gusto.
—¿Y por qué está pasando esto? ¿Se rompió el cielo? ¿El Sol se acercó más?
Don Braulio se rascó la panza con calma.

—Nada de eso. Este calor tiene nombre: cambio climático. Resulta que los
humanos han estado echando muchos gases a la atmósfera con sus coches,
fábricas y talando bosques.
—¿Gases?
—Son gases invisibles, Rita. Se quedan flotando alrededor de la Tierra y no dejan que el calor salga. Como si le pusieran una cobija al planeta. Y ya te imaginarás cómo se siente Coahuila con tantas cobijas encima.
—¿Entonces todo es culpa de esos gases?
—Ojalá sea solo eso —dijo Don Braulio—. También porque han cortado muchos árboles y eso hace que la Tierra se caliente más rápido. Sin sombra, sin agua… todo se desequilibra.
—¡Qué terror! —dijo Rita, imaginando lo catastrófico que sería un mundo así ¿Cómo podría ayudar al resto de sus amigos? —. ¿Pero, nosotros podemos hacer algo?

No es nomas nosotros, Rita—respondió el oso—, pero podemos contarles a todos. Si entendemos que lo que hacemos nos afecta a todos, tal vez empecemos a cambiar.
Así que, desde ese día, cada animal del desierto, desde los murciélagos hasta los tlacuaches, se dedicó a correr la voz:
“El calor no es culpa del Sol… es una señal de que debemos cuidar nuestro hogar.”
Y así, entre historias y consejos, el desierto siguió ardiendo, sí, pero también empezó a despertar una consciencia colectiva en la región.