Cuando los capibaras eran gigantes y los rinocerontes cruzaban Zacatecas

Rubén Rodríguez de la Rosa, paleontólogo, nos cuenta que estos animales caminaron por la región hace aproximadamente 20 millones de años.

Por: Dani Monreal

El sol caía suave sobre las tierras rojizas de Huanusco, un pequeño municipio enclavado en el corazón de Zacatecas. Bajo la aparente quietud, la tierra guardaba un secreto que había esperado millones de años para ser revelado.

Todo comenzó con una caminata. Un grupo de lugareños, acostumbrados a recorrer las veredas del campo, notó algo extraño en una zona erosionada por las lluvias recientes. Eran marcas, hendiduras que no se parecían a ninguna pisada humana o animal conocida. Su forma, su tamaño y su profundidad despertaron la curiosidad de uno de ellos, quien tomó fotos y las compartió en redes sociales. Lo que parecía un simple hallazgo se convirtió, en cuestión de días, en un descubrimiento que captaría la atención de paleontólogos de todo el país.

Fue entonces cuando Rubén Rodríguez de la Rosa, paleontólogo investigador egresado de la Universidad Autónoma de Zacatecas, llegó al sitio. Sus botas crujieron sobre la tierra seca mientras se acercaba al área señalada. Bastaron unos segundos de observación para que su rostro se iluminara: “Son huellas fósiles”, murmuró, casi como quien se encuentra con un viejo amigo.

Lo que Rubén y su equipo confirmaron poco después fue extraordinario: las huellas correspondían a antiguos rinocerontes y capibaras que caminaron por esa región hace aproximadamente 20 millones de años, durante el periodo Mioceno. Animales que, aunque hoy nos resultan exóticos o distantes, una vez recorrieron libremente lo que hoy son campos y cerros zacatecanos. Ese simple hecho reconfiguraba la historia natural del estado y ofrecía una ventana fascinante al pasado remoto del continente americano.

Las huellas estaban increíblemente bien conservadas. Se podían distinguir con claridad los dedos, la forma de las patas y la dirección del movimiento. Cada impresión era como una firma, un testimonio silencioso de una era olvidada. En un país donde muchas veces la riqueza paleontológica ha sido ignorada o descuidada, este hallazgo no solo era un golpe de suerte, sino una oportunidad invaluable para comprender los antiguos ecosistemas de México.

Rubén no tardó en compartir su entusiasmo: “Es la primera vez que se encuentran huellas de capibaras en esta zona”, explicó a los medios. “Y no estamos hablando de una ni dos, sino de múltiples pisadas que confirman la presencia de una manada”. La mención de los capibaras, esos curiosos roedores sudamericanos que actualmente habitan regiones húmedas, sorprendió incluso a los más escépticos. ¿Cómo era posible que un animal tan relacionado con la selva amazónica dejara sus rastros en un estado semiárido como Zacatecas?

La respuesta se halla en el constante cambio del clima y la geografía terrestre a lo largo de millones de años. Durante el Mioceno, esta región contaba con humedales y ríos caudalosos que permitían la existencia de una fauna diversa y abundante. Los rinocerontes, por ejemplo, no eran los mismos que hoy sobreviven en África o Asia, sino parientes extintos que poblaron América del Norte antes de desaparecer. Esta fauna convivía en paisajes verdes y fértiles, muy distintos a los que conocemos ahora.

La importancia del hallazgo trascendió rápidamente las fronteras del estado. Instituciones científicas se acercaron para estudiar las huellas, y se inició un llamado a las autoridades para proteger el sitio de posibles daños. Rubén Rodríguez fue claro: “Necesitamos que estas huellas sean resguardadas con seriedad. Son patrimonio natural de México”. Su llamado no solo estaba dirigido a los gobiernos, sino también a la ciudadanía: un recordatorio de que el conocimiento y la historia también se encuentran bajo nuestros pies.

Ilustraciones: Carolina Robles

El descubrimiento en Huanusco se suma a una serie de hallazgos paleontológicos recientes en Zacatecas, que van consolidando al estado como un punto clave para el estudio de la prehistoria mexicana. Desde fósiles de tortugas gigantes hasta restos de peces y árboles petrificados, la tierra zacatecana está resultando ser una cápsula del tiempo que apenas comienza a abrirse.

Pero quizás lo más valioso de este episodio no es únicamente lo que nos dice sobre el pasado, sino lo que nos invita a reflexionar sobre el presente. En tiempos donde la velocidad del mundo moderno nos empuja al olvido, donde la historia parece algo ajeno y lejano, estas huellas nos recuerdan que somos parte de una narrativa mayor, una que comenzó mucho antes de que apareciéramos y que continuará después de nosotros. Son memorias impresas en piedra, testigos del paso del tiempo que nos obligan a mirar con respeto y humildad a la naturaleza.

Mientras el sol se ocultaba entre las colinas de Huanusco, Rubén Rodríguez se alejaba del sitio con una mezcla de orgullo y responsabilidad. Sabía que el verdadero trabajo apenas comenzaba: clasificar, estudiar, proteger. Pero también entendía que esas huellas no eran solo marcas fósiles; eran preguntas abiertas, misterios que despiertan la imaginación, trazos que invitan a soñar con los mundos que existieron antes del nuestro.

Y en el polvo de Zacatecas, donde alguna vez caminaron rinocerontes y capibaras gigantes, hoy también caminan científicos, estudiantes y curiosos… buscando respuestas en la tierra que, sin decir una palabra, nunca ha dejado de contar su historia.